Nos encontramos con Romina Achaga, egresada de la licenciatura en física de nuestra facultad y aspirante a doctora en ciencias aplicadas mención ambiente y salud, quién nos compartió su reciente experiencia en intercambios tanto en América del Norte como en Europa. ¿Qué pasa cuando por esas eventualidades de la vida se cruzan una estudiante doctoral avanzada de la universidad pública argentina, un escenario pandémico y una posibilidad de beca internacional? Enterate en esta nota.

Romina Achaga egresó de la licenciatura en física en 2017 e inició a cursar el doctorado en ciencias aplicadas mención ambiente y salud de nuestra facultad durante 2019. En 2020, como le sucedió a todo el globo dada la pandemia por Covid19, sus proyectos se vieron sacudidos. Lo que no esperaba era que este nuevo escenario iba a habilitar experiencias internacionales concretas en centros de investigación de universidades de países de América del Norte y de Europa. De todas maneras, ella tenía experiencia en este ámbito. No era una novata. Durante 2016, mientras cursaba la licenciatura en física, realizó una estadía que se dio en el marco de un proyecto bilateral de intercambio científico entre nuestro país y México. En esa ocasión viajó con Claudia Gogorza, quien luego la acompañaría como directora de su tesis doctoral, y el foco se orientó a realizar una experiencia de trabajo en el laboratorio. 

Como sabemos, la pandemia nos dio vuelta la existencia y Romina no estuvo exenta de eso. Sin embargo, advirtió un cambio importante en términos de circulación de información, que le iba a dar nuevas oportunidades. Tal como nos relató en un encuentro desarrollado semanas atrás en una oficina del IFAS, explicó que: “Durante la pandemia empecé a ver un boom de ofertas de cosas afuera que antes no notaba y  me interioricé en el tema de becas”. En concreto, lo que hizo fue suscribirse a listas de distribución asociados a su tema de investigación que le empezaron a enviar un montón de oportunidades a nivel nacional, pero sobre todo internacional. Oportunidades vinculadas a intercambios para investigar en otros países, pero también a cursos virtuales y ciclos de charlas. 

Esta iniciativa tenía que ver con una inquietud propia por las particularidades de su historia de vida. Cuando nos comparte cómo fue recibir la noticia de que se iba, recuerda: “No lo podía creer. Al principio tuve que solucionar una cuestión administrativa […] pero fue un shock porque yo viví toda mi vida en Tandil…De Tandil al mundo: maravilloso!”. Lo dice de una manera que da la sensación de que todavía le sorprende lo vivido, pero al avanzar en la conversación, también sale a la luz una realidad que había cambiado a partir de la pandemia. Haciendo memoria, Romina comenta cómo le impactó este suceso inédito en el avance de su investigación: “Habíamos estado parados durante la pandemia por lo que ir a medir a lugares que tienen una tecnología que sobre todo permite acelerar el ritmo de mediciones -es muy largo en nuestro laboratorio- era muy importante”. 

Rápidamente en la entrevista Romina propone una mirada muy positiva respecto de este tipo de posibilidades, donde ubica al idioma como principal barrera y celebra fuertemente el nivel educativo que ha recibido, que la posiciona sin mayores dificultades -y por ende a la comunidad universitaria de UNICEN- para responder a las actividades requeridas. En este sentido, estima que la preparación académica es lo suficientemente sólida como para afrontar los desafíos que se dan en ese marco. Lo dijo así: “Con las herramientas que me dio la universidad, lo que aprendí en el doctorado y en la carrera de grado, me manejaba tranquilamente en un laboratorio en cualquier parte del mundo…la única barrera era el idioma. Incluso siendo equipamiento que no tenemos ni manejamos”.

De este caudal de información recibida, una serie de opciones le resultaron especialmente interesantes. Tal es así que en 2021 inició un proceso de preparar carpetas, proyectos y aplicaciones y luego a esperar los ecos de tales iniciativas. Estaba buscando sobre todo una experiencia para pasar varios meses en el exterior cuando le salió la oportunidad para viajar a Estados Unidos durante dos semanas. La realidad es que las dinámicas que se dan cuando alguien protagoniza este tipo de búsquedas muchas veces toman formas propias que no son las más convenientes para tomar decisiones ordenadas. Cuando aceptó la beca de Minnesota en enero de 2023, Romina había realizado otras aplicaciones (Fundación Carolina de España, Saint Exupéry de Francia y Fulbright de EEUU) pero aún no tenía respuestas. Recién en julio de 2022 se enteró que le había salido también la Saint Exupéry y ya en agosto se tomaba un avión a su primer escala.

Destino 1. Minneapolis, Universidad de Minnesota.

En el caso de su viaje al país del norte, se trató de una estadía corta que era especialmente interesante para su investigación por lo que mencionó anteriormente respecto de la posibilidad de ponerse al día con las mediciones requerídas por su proyecto, que se habían visto suspendidas durante la pandemia. En concreto, durante los 15 días que implicaba la experiencia, podía hacer mediciones que con el equipamiento disponible en su laboratorio tarda tres meses en hacer. 

La Universidad de Minnesota, donde finalmente fue aceptada su candidatura, queda en el estado de Minneapolis, el último del noreste estadounidense, antes de la frontera con Canadá. Esta estadía corta le resultaba a Achaga sumamente conveniente porque se trataba de una beca para utilizar el equipamiento de un instituto dedicado a recibir investigadorxs visitantes. Tal como explica la investigadora: “Ofrecen becas en el marco de que disponen de esa tecnología pero hay que darle uso […] Las becas las van otorgando geográficamente..ahí te encontras con gente de todos lados (Brasil, Holanda) todas esas conexiones te brindan estar en contacto con oportunidades afuera”. Para Romina, Estados Unidos no solo fue aprovechar el tiempo que la pandemia le había hecho perder para realizar sus mediciones, también aprovechó a recorrer un poco ese país.

Destino 2. París. 

La beca Saint Exupéry era parte de las ofertas que ella había encontrado en un portal que se llama Campus Global, del Ministerio de Educación argentino, que está cofinanciada por este último y por Campus France, otro portal que ofrece muchas oportunidades para estudiar en Francia a personas que viven en el exterior, de grado y posgrado. Achaga se animó a aplicar porque antes había intentado con una beca de la Fundación Carolina y el formulario era similar, por lo que parte del trabajo estaba hecho. La diferencia sustancial con aquella era que para concretar la Saint Exupéry tenía que ponerse en contacto con unx investigadorx del país. En este caso, seguía siendo una prioridad para Romina contar con el equipamiento y avanzar con las mediciones, para lo que era fundamental la presentación de un proyecto y recibir luz verde de parte del investigador del país, que al hacerlo cumpliría el rol de ejercer una tutoría, un acompañamiento para quién vaya a investigar. Más allá de la claridad de los requisitos, algo de la picardía de la gente del Sur se pone de manifiesto en la experiencia de la investigadora de la FCEx. Según lo recuerda: “Cuando le presentás un proyecto completo y además explicas que hay una beca que te cubre todo, no te dicen que no…pero hay que tener esa picardía de arriesgarse, de mandarle un mail a una persona que no conozco del otro del mundo…la verdad es que yo por lo menos nunca recibí un no […] la respuesta de la científica que contacté en Francia fue ‘en esa fecha voy a estar muy ocupada, ponemos a un cotutor’”.

Al avanzar la conversación con Romina, nos generaba intriga saber cómo había recibido la noticia de la aprobación de la beca que la llevaría a Francia. Nos los relató así: “Estaba en Buenos Aires porque había que conseguir las muestras que no habíamos podido hacer en pandemia y que necesitaba para viajar a Estados Unidos […] me había ido con una valija con los tubos para muestrearlos con unas geólogas que viven allá. Me enteré cuando estaba allá y lo que primero hice fue intentar ponerme en contacto con otros becarios”.

Este contacto con otras personas que iban a realizar la misma estadía que ella fue clave porque abrió la puerta a una posibilidad adicional a la propia experiencia de ganar la beca, que tenía que ver con dónde iba a vivir los siguientes meses. Cuando indagamos en el contexto de esa experiencia laboral, esta vez en el país de la baguette y los quesos, muy rápidamente emerge en el relato de Romina el nombre de la Casa Argentina en la Ciudad Internacional de París. Una casa con mística e historia.

Una casa propia en un país desconocido.

El Ministerio de Educación de Argentina tiene dos casas: una en Madrid y una en París. En este último caso, brinda alojamiento a personas con ciudadanía argentina vinculadas a la cultura, a la ciencia y al deporte, por lo que, como destaca Romina: “Estás conviviendo con un montón de personas espectaculares que están participando de proyectos hiperinteresantes”. Además, se encuentra dentro de una Ciudad Internacional donde hay casas de muchos países. De hecho, el 20% de sus alojadxs, provienen de casas de otros países de la Cité. Para Achaga, estar rodeada de argentinxs en un país extranjero resultó una contención: “Para mí la casa fue un sostén fundamental”. Romina dormía en una habitación sola, aunque compartía cocina y baño con las demás personas alojadas en su piso. Sobre este punto, recuerda que: “En mi piso había una chica de Turquía, un chico de la India y un brasilero que venía de la casa alemana porque tenía doble ciudadanía”. 

La experiencia de ir a la Casa Argentina en París guarda algunos beneficios extras como por ejemplo contar con el Centro Cultural argentino en París que está dentro de la propia Casa y con lujos como volver de trabajar y encontrarse con que alguna figura consagrada de la cultura nacional como el Chango Spasiuk esté brindando un show íntimo en el living. Para Romina, una fanática de Cortázar, uno de los destacados de la experiencia tuvo que ver con haber compartido con su ídolo ni más ni menos que atravezar el mismo proceso para alojarse en la Casa, con apenas algunos puntos de distancia: “Cortázar que hizo la misma aplicación que vos -en carta obviamente- para entrar a la Casa Argentina de París, […] manifiesta algo como ‘necesito que me notifiquen si puedo ir porque en unos días me tengo que tomar el barco’”.

Laboratorio parisino.

Hay algo de la cotidianeidad que nos acompaña allá dónde vamos. También, algo transversal de la experiencia de Romina, tanto en el laboratorio estadounidense como en el francés, que tenía que ver con la necesidad absolutamente fundamental de su investigación de medir. Por lo tanto, los días de esta investigadora de Exactas en París, encarnaron un único propósito: medir, medir y medir. Este ímpetu en la tarea no pasó desapercibido para sus colegas parisinxs y como Romina recuerda, France Lagroix, que fue una figura pivotante para su estadía en aquel país, no solo porque fue la investigadora que le firmó su candidatura sino por las puertas que le abrió, le llamó la atención. Al reponer un intercambio con su tutora, queda en evidencia que Romina trabajaba duro en su propósito: “¿Vos pasaste 8hs acá sin salir? Yo le decía si salía a comer y me decía ‘no podés estar tantas horas acá!’”. Al parecer, las condiciones en las que Romina medía eran bien particulares: lo hacía en una cámara aislada de campos magnéticos, sin luz natural. La excepcionalidad de contar con este tipo de aparatos la incentivaba a aprovechar cada hora de su trabajo. Sus colegas, al disponer de ellos a diario, trabajaban con más tranquilidad y por esa razón se permitían jornadas más flexibles.

 

Postlabor(atori)al.

Romina alcanzó todos sus objetivos de medición e inclusive, gracias a la influencia de Lagroix, tuvo la oportunidad de utilizar un equipo nuevo en la Universidad de Paris-Saclay – una de las más destacadas del circuito científico de la actualidad – que desembarcará próximamente en la facultad gracias al programa Equipar Ciencia. Aún con este logro a cuestas, lo que trasciende del discurso de Achaga es que la estadía de investigación en París no se agotaba en el laboratorio para ella. Al finalizar sus largas jornadas de medición, se dirigía a alguno de sus refugios predilectos como los jardines de Luxemburgo, que quedaban muy cerca de su lugar de trabajo, con un libro prestado de la biblioteca de la Casa Argentina, que según ella “la salvó” por el maravilloso acervo de volúmenes en español con los que cuenta. Si era fin de semana, disfrutaba de -como ella dice- pasarse de rosca con las visitas a los tantos museos que ofrece la ciudad para visitar. “París tiene tantas cosas para hacer, aprendí mucho sobre arte, es una ciudad abierta para aprender sobre eso […] tiene un trasfondo histórico y de museos que es fascinante”.

Es difícil sintetizar en una nota la cantidad de aristas que emergen de una experiencia tan nutritiva como la que ha atravesado Romina. Para finalizar, les compartimos un punto que a ella la sorprendió luego de vivir esta experiencia. Cuando le pedimos que mencione algún emergente que no esperaba, sentenció: “Tener la oportunidad de hacer esas mediciones que no esperaba hacer, todo tiene que ver con la disposición de la tecnología que tienen en esos lugares pero también con la responsabilidad de saber que ellos tienen toda esa tecnología por algo y que todos podemos ser usuarios de eso, yo lo vivo así por lo menos…[…] esos equipamientos vienen de un esfuerzo humanitario mundial”.

Estas historias destacan el nivel académico y humano de lxs profesionales que hacen a nuestra comunidad. Ojalá se crucen con Romina en alguno de los pasillos de la Facu para seguir compartiendo su experiencia!